A 244 años de su rebelión, el legado de Túpac Amaru sigue vivo en la memoria rebelde de Abya Yala

Fue un viernes 18 de mayo de 1781, hace exactamente 244 años, cuando José Gabriel Túpac Amaru pasó a la inmortalidad luego de atroces tormentos impuestos por el poder colonial español.

Se alzó en rebelión contra el sistema opresivo del Virreinato del Perú, que representaba a la Corona española y ejercía su dominio a través de abusos fiscales, trabajo forzado (mita), represión y despojo de los pueblos indígenas. Su levantamiento fue una respuesta directa al régimen de los corregidores, funcionarios coloniales que explotaban brutalmente a las comunidades andinas mediante cobros arbitrarios y violencia. La brutal ejecución de Túpac Amaru tuvo lugar en la Plaza Aucaypata, que desde entonces fue rebautizada por el pueblo como Wacaypata o “Plaza de las lágrimas”, reflejando el dolor profundo de una gesta que, aunque derrotada, encendió para siempre la llama de la resistencia.

Pero esta historia de lucha no se puede contar sin la figura clave de su esposa, Micaela Bastidas Puyucahua, quien no solo acompañó a Túpac Amaru en la vida, sino que fue estratega, lideresa y símbolo de coraje en la rebelión. Micaela dirigía la logística del movimiento insurgente, organizaba tropas, garantizaba el abastecimiento de los campamentos y redactaba cartas con instrucciones precisas. Su papel fue esencial en la organización y expansión de la lucha, y su lucidez política quedó registrada en múltiples documentos. Fue ella quien advirtió la importancia de tomar el Cusco antes de que el virreinato reaccionara, aunque sus consejos no fueron siempre escuchados.

La rebelión comenzó el 4 de noviembre de 1780 en Tinta, con la captura del corregidor Antonio Arriaga, en una operación cuidadosamente planeada por Túpac Amaru con el apoyo directo de Micaela y un grupo de caciques aliados. El líder inca, conocido también como José Gabriel Condorcanqui, organizó una ceremonia trampa para atraer al funcionario sin levantar sospechas. Fue detenido por sus hombres y ejecutado públicamente, marcando así el inicio de una insurrección que pondría en jaque al virreinato.

Aquel movimiento fue la primera gran insurrección anticolonial en América Latina, protagonizada por pueblos indígenas, mestizos y criollos oprimidos por el orden colonial. La respuesta de las autoridades fue de extrema violencia: Túpac Amaru, Micaela Bastidas, su hijo Hipólito, su tío Francisco, su cuñado Antonio, la cacica Tomasa Tito Condemayta, el afrodescendiente Antonio Oblitas, y otros líderes, fueron torturados y ejecutados públicamente, con el objetivo de sembrar el terror.

La sentencia fue tan cruel como reveladora: “Ni al Rey ni al Estado conviene quede semilla, o raza, de este, y todo Tupa Amaro, por el mucho ruido e impresión que este maldito nombre ha hecho en los naturales.”

Sin embargo, la historia los convirtió en símbolos eternos de dignidad y resistencia. Túpac Amaru y Micaela fueron herederos de una larga tradición de lucha andina: Manco Inca, Túpac Amaru I, Juan Santos Atahualpa, entre otros. Todos ellos fueron parte de un proceso de resistencia indígena que, aunque fragmentado, sostuvo la memoria del Inkario y sembró esperanza para los siglos por venir.

A 244 años de su rebelión, el legado de Túpac Amaru y Micaela Bastidas sigue vivo, no solo en el Perú, sino en toda Abya Yala. Su causa —la justicia, la libertad, el derecho a la autodeterminación y la dignidad de los pueblos originarios— continúa inspirando luchas actuales contra la exclusión, el racismo, el extractivismo y la desigualdad. Su semilla germinó, y sigue dando frutos.

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