Por Anahí Testa
El docente y ceramista, Carlos Moreyra recibió a Mink’a Comunicación en su casa taller de Berisso, para conversar acerca de su apasionada relación con la cerámica, (a la que él no considera un arte menor a pesar de lo que otros digan) y sobre otros momentos de su amplio camino de creación.
Carlos Moreyra, cuando era un niño vivía al costado de una laguna en Alto Verde Santa Fé, pegado a la casa de Horacio Guaraní.
Sus padres tenían un almacén de campo y cerca del lugar habitaba una comunidad Wichí. Carlos dice “ahí vi hacer por primera vez una olla de barro y me fasciné”.
A los nueve años se mudó a Berisso y a pesar que su familia deseaba que hiciera otra cosa; estudió la Carrera de Técnico Ceramista en la Facultad de Bellas Artes.
Un día expuso en el Club Estudiantes de La Plata y de la muestra participaron autoridades del museo de Ciencias Naturales; quienes sorprendidos por su obra lo invitaron a trabajar con ellos. Así anduvo aventurado por los depósitos del lugar por 25 años.
Hoy sus creaciones son parte de colecciones de obras en museos del mundo y algunas están exhibidas en lugares singulares como el Palacio Real de Japón.
La pasión por su trabajo le ha permitido viajar, dar clases en distintas universidades y conectarse con pueblos indígenas de muchos lugares del mundo. “Cada una de las culturas me ha enseñado cosas sobre la naturaleza y eso lo vuelco en mis obras” expresa el ceramista.
Es un gran conocedor de las técnicas de cerámica aborigen y de su relación mágica con el fuego, de los colores que las piezas logran a distintos grados de temperatura, en definitiva, de los barros y de los lenguajes presentes en todas las culturas. Sin embargo, a Carlos lo que más le interesa de los pueblos es su cosmovisión, porque esas creencias son las que después estampan en la alfarería.
Asegura “para transmitir cerámica aborígen no es necesario ser de una comunidad” pero cree que ya venimos con datos de anteriores reencarnaciones.
Carlos menciona “me dicen maestro” antes que ceramista, porque ser docente para él, es la labor más importante; y la que más lo ha desafiado a lo largo de su vida.
Ha brindado talleres de cerámica para personas ciegas y relata sobre esa experiencia “nada limita la creación, porque cuando no tenés los ojos movilizas tu interior y podés ver pero distinto”.
Va con sus alumnos a las costas de Berisso a buscar el barro; pero antes de abrir la tierra le pide permiso con oraciones y rituales simples, agradeciendo siempre cuando lo cierra; en esas excursiones han encontrado partes de cerámicas antiguas; y gracias a un trabajo de investigación con científicos del museo se ha logrado recuperar todos los diseños y gráficas presentes en la cerámica de la región.
El sentido de la docencia para él “es brindarles herramientas a las personas para que puedan transformar sus vidas”.
Se ha presentado además en escenarios de hoteles de todo el mundo con su espectáculo performático “El barro y yo”, donde busca romper el elitismo del arte; integrando al público en todos los momentos de su experiencia artística.
Hoy tiene un sueño, y es irse a vivir a la montaña para escribir un libro de su vida, donde queden documentadas las diferentes técnicas de cerámica que ha descubierto con su hacer y que aún muchas no están escritas.