FESTIVAL CURA 2020 - Circuito Urbanos de Arte Artista Daiara Tukano. Foto: Caio Flavio / Área de Serviço Insta: @cf_drones_bh / @area.de.servico

La cuestión indígena en el arte. Un largo camino aún por recorrer

¿Qué es el acto creativo? ¿A quién se dirige? ¿Quiénes somos nosotros en el contexto del arte? Walter Benjamin ve -a través del ángel de Paul Klee- la historia como ruinas, pero guarda también un elemento de esperanza incluso en la barbarie. Por encima del cúmulo de ruinas, que es la historia de los vencedores, se mantiene la esperanza, un salto cualitativo, “el salto del tigre” fuera de la historia.

Es importante que nos ocupemos de la historia de los vencidos, esa que aún está por escribirse. Me refiero a los pueblos indígenas, pero no quiero caer en la pura lamentación; no se puede simplemente aceptar la historia que continúa arruinando la vida de los indígenas. Quiero pensar en el punto de vista social, en el papel que tiene el arte para reestablecer ciertas interrupciones producidas en el seno la cultura. La diferencia entre ver y saber. El saber que dificulta el ver. Ilusiones ópticas provocadas por desviaciones: si sé, no veo. No es ver para creer, ni creer para ver. Anti-São Tomé: dudar para ver. Dudar de la apariencia. Las aparencias engañan. Los engaños aparecen. Diferencia entre aparición y apariencia.

Las metáforas aquí colocadas traen algo que se anuncia, vienen llenas de significación y las imágenes son como un resto, un excedente de un desencuentro. ¿Em qué medida uma imagen o idea puede ser compartida? ¿Qué camino toma una idea en la constitución del pensamiento hasta su imagen real?

Pienso en las imágenes como interpretación, y la función de la interpretación es esa de incomodar al sujeto y generar sentidos. La interpretación, en el sentido psicoanalítico y en el sentido social, son provocaciones de aperturas; la verdadera interpretación perturba al sujeto. Espero que ese nuevo sujeto que surge perturbado reconsidere sus orígenes y discuta, a través de imágenes, sobre un cambio en el comportamiento de los museos y las instituciones de arte y rehaga su trayectoria.

En 500 años de invasión, Brasil ha visto llegadas y salidas de europeos, árabes, judíos, asiáticos… Todos en busca de lugares y espacios para anidar. Encontraron paisajes verdes, rojos y amarillos. Cuando se quedan aquí, ¿qué traen estos forasteros? Y nos quedamos vacíos, llenos, mezclados, solos, mal acompañados. Somos nativos, indios, caboclos, bugres, mestizos, somos pobres, somos el resto para la sociedad colonizadora.

El racismo en la sociedad brasileña es un fenómeno transversal que forma una red de violencias culturalmente arraigada a lo largo de los siglos. Y, en este contexto, es necesario pensar y discutir uno de los aspectos más invisibilizados del racismo en Brasil: el caso del racismo contra los pueblos indígenas. Históricamente, se ha registrado la banalización de la desvalorización y descalificación de sus culturas, ya que se entienden como formas de vida bárbaras que deberían ser puestas de lado para adoptar costumbres cristianas.

Esa dinámica invisible y arraigada del racismo contra los pueblos indígenas desde los inicios de la colonización puede notarse incluso por un vacío en la literatura sobre el tema. Los indígenas se encuentran todavía hoy ubicados en un lugar del pasado, sin conexión con el tiempo y la sociedade presentes; um resultado de la poca atención a su protagonismo que la historia oficial les ha dirigido, contribuyendo o provocando su genocidio, inclusive cultural. Sin embargo, existir y resistir son necesarios para enfrentar las embestidas del presente y, así, evitar la borradura cultural que tanto perjudicó a los pueblos originarios de América.

Desde el comienzo del proceso de colonización, Brasil vive bajo la dominación occidental europea, blanca y masculina; una realidad de la que tampoco ha escapado el arte. Son años de colonización que no terminan con la pseudo independencia de 1822, sino que toman otras formas imperialistas incidentes en la cultura, el arte, la economía, la sociedad, el medio ambiente. Pero, pensando en Marx, como todo lo sólido se desvanece en el aire, parece haber una luz al final de este túnel y apuntando a nuevas posibilidades en el universo del arte.

Pensar en un mundo menos occidental a favor de una historia del arte más abarcadora, menos blanca, menos europea y menos masculina puede ser el motor de nuevas prácticas museológicas y curatoriales en relación con la cuestión indígena. En los últimos años, algunos museos han pensado en diferentes prácticas de inclusión, mostrando la producción indígena no como un campo especializado y lleno de estereotipos, sino como una apertura para un debate sobre el arte contemporáneo y los conflictos de este mundo multiplural, fragmentado y en crisis ecológicas y humanas en el cual vivimos.

Tales políticas museológicas están en consonancia con la lucha de los movimientos sociales antirracistas (como el reciente levantamiento de Black Lives Matter tras el asesinato de George Floyd en Estados Unidos), y apoyadas en la tentativa de romper los estigmas y promover una mayor inclusión y representatividad del arte indígena en el mundo, despertando un posible y necesario cambio en el comportamiento de las instituciones artísticas.

Estamos presenciando un movimiento vigoroso en el arte contemporáneo, con desdoblamientos para un arte de visibilidad antirracista. Y los artistas indígenas brasileños se han ido articulando en ese sentido, construyendo y dejando aflorar un espacio cosmopolita de creación artística muy singular y poderoso que no pasará desapercibido por el mundo. El movimiento se da desde la cosmopolítica, que marca las relaciones entre los seres en la selva, hasta el cosmopolitismo de las grandes ciudades del mundo, y tiene como horizonte la posibilidad de crear otros mundos posibles, mundos que se han vuelto urgentes (Lagrou, 2020).

Contrataciones curatoriales indígenas en importantes instituciones artísticas comienzan a surgir en este nuevo escenario, con la inserción del arte indígena contemporáneo en Bienales y exposiciones alrededor del mundo. En Londres, la Tate Modern fue una de las primeras instituciones en extrapolar las fronteras entre los cánones occidentales y la producción del resto del mundo en favor de una historia del arte más completa, principalmente cuando decidió inaugurar un edificio con casi todo su espacio expositivo ocupado por obras adquiridas de América Latina, África y Asia.

En la misma línea, Tate Modern también contrató al curador Pablo José Ramírez, un teórico cultural en el campo de las prácticas del arte indígena contemporáneo, cuyo trabajo revisita las sociedades latinoamericanas posteriores a la Segunda Guerra Mundial para considerar ontologías no occidentales de la indigeneidad, formas de inclusión social y transnacionalismo.

En Brasil, Sandra Benites ocupa actualmente el cargo de curadora adjunta en el Museo de Arte de São Paulo, siendo la primera curadora indígena en ocupar un puesto tan importante en el país. Como parte del equipo de curadoras de arte brasileño del MASP, será una de las responsable del programa Historias Indígenas, un extenso proyecto curatorial lanzado en 2016 y que en 2021 presentará talleres, cursos, conferencias, exposiciones y publicaciones dedicadas al arte y la voz indígena alrededor del mundo. En este momento de violencia y opresión contra los pueblos indígenas y sus tierras, el nombramiento de Sandra Benites ciertamente representa un hito importante.

En Nueva York, el Metropolitan Museum of Art también contrató a Patricia Morroquin Norby, indígena mexicana del pueblo Purépecha, como su primera curadora nativa estadounidense. En esta función, podrá poner las artes indígenas en foco y en diálogo con una producción cultural diversa para alianzas a largo plazo. Estas contrataciones pueden ser un comienzo de una inserción de los indígenas en el circuito del arte contemporáneo en Brasil y en el mundo.

Algunas exposiciones de arte indígena también comienzan a despuntar en el universo espacial, anteriormente solo occidental. El 31 de noviembre de 2020 se inauguró en la Pinacoteca del Estado de São Paulo la muestra Véxoa: nós sabemos, comisariada por la indígena Naine Terena.

“Esta exposición es el fruto de un diálogo durante los últimos años entre el Museo y varios actores del arte contemporáneo de origen indígena brasileño, colocando em debate la historia del arte que el museo pretende contar y los que permanecieron invisibles”, dice en una nota el diretor general de la Pinacoteca, Jochen Volz. Son 23 artistas y colectivos indígenas que muestran pinturas, instalaciones, objetos, acciones y performances que reflejan la pluralidad de la producción artística indígena y desmitifican su arte como artesanías u meros objetos etnográficos. Es también la primera vez que el Museo adquiere obras de artistas indígenas para su colección permanente desde su creación en 1905.

Otra muestra importante, también de 2020, y ejemplo de una toma del espacio de las visualizaciones de mundos posibles, es la exposición CURA – Circuito de Arte Urbano, en Belo Horizonte, comisariada por la indígena Arissana Pataxó, en la que Daiara Tukano presentó el mural más grande hasta ahora pintado por una artista indígena. A su vez, Jaider Esbell, artista indígena de ascendencia Macuxi, instaló, en el viaducto de Santa Teresa, dos grandes boas constrictoras infladas, coloreadas con grafismos.

También en Minas Gerais, el Museu do Índio de la Universidade Federal de Uberlândia realizó, entre los meses de septiembre y diciembre de 2020, la Primera Muestra Colectiva de Artistas Indígenas, con cuatro artistas indígenas contemporáneos, teniendo como tema su mirada y sus desdoblamientos poéticos. En un momento en que Brasil y el mundo viven momentos “líquidos”, donde nada podrá ser más como antes, con pandemia, confinamiento, la razón de ser de esta exposición se reveló más apremiante, conduciendo a cuestiones de imaginería, pues queremos que una imagen sea ​​insistente y nos lleve de vuelta al tiempo en que la mirada nos inmovilizaba, y que esos pavores transformados en imágenes petrificadas con golpes de mazo nos hagan reflexionar sobre el tiempo del tedio.

Los cuatro artistas, por ser de diferentes etnias –Naine Terena, de Mato Grosso; Ibã Huni Kuin, de Acre; Denilson Baniwa, de Amazonas; y Yermollay Caripoune, de Oiapoque, en Amapá-, fueron invitados por el Museu do Índio a pensar en una producción donde la reflexión sobre el cuerpo, la naturaleza, la sociedad y el universo mítico estuviesen presentes. Tal producción tal vez sea una noción de permiso para soñar, proporcionada por experiencias positivas y experimentaciones imaginativas en el modelado artístico de colores y formas de estos cuatro artistas.

Finalmente, también es necesario registrar la reciente y significativa presencia de artistas indígenas en importantes museos y galerías de la ciudad de Nueva York. Según un artículo del 4 de diciembre de 2020, las galerías Fort Gansevoort y Peter Blum, y el Museo de Brooklyn, se iluminaron con exposiciones de Sky Hopinka y Edgar Heap, artistas nativos de ascendencia Cheyenne sureña y Arapaho; Nicholas Galanin, de origen Tlingit y Unangan, nacido en Alaska; y Jeffrey Gibson, artista nativo Choctaw y Cherokee. También estuvo presente en el Metropolitan de Nueva York el pintor indígena canadiense Kent Monkman, nativo del pueblo Cree.

Caetano Veloso, con su magnífica voz, tiene una visión:

«Un indio descenderá de una estrella colorida, brillante
de una estrella que vendrá
a una velocidad vertiginosa
(…) vendrá lo que vi…”

Quizás, como el compositor bahiano, podamos vislumbrar un momento de amanecer, de (re)tomada de conciencia y reflexión, propiciado, y también, como resultado, de un levantamiento del arte indígena y de su ocupación de espacios institucionalizados del arte. El torbellino que vemos en este momento es una imagen superficial con muchos desarrollos posibles. Lo que me inquieta y me honda es que un día podremos ver una nueva posibilidad en relación a la cuestión indígena, sus tierras, sus vidas, sus destinos y sus artes.

Sin embargo, a pesar de los ejemplos positivos y del empeño de varios agentes para dar más visibilidad a estas cuestiones, queda un largo camino por recorrer. El arte, como camino, permite el conocimiento y el autoconocimiento. Me reconozco en lo que hago y en ciertas interpretaciones de otros sobre lo que hago. De esta forma, los museos y las instituciones de arte pueden estar destinados a reconocer al otro para la constitución de una sociedad más preparada y menos prejuiciosa.

No sé si (ya) estamos viviendo un momento de rupturas en la vieja política, pero creo que los museos y las instituciones de arte son espacios para repensar cánones antiguos que ya no nos pertenecen o que no deberían tener cabida. Algo se está anunciando, simplemente no sé si todavía es lo que realmente nos merecemos. Sí hay un cambio, sí hay una deconstrucción, que también puede implicar una reconstrucción, una apertura de posibilidad, en un tiempo de aqui en adelante.

La naturaleza del conocimiento artístico siempre se construye en un orden subjetivo. Cuando un teórico o um crítico opta por hablar o estudiar obras de arte, está haciendo un juicio de valor y no quiere decir que siempre será individual, es necesario tener en cuenta los sentidos colectivos. Una producción artística concebida a la luz de otros valores y en interacción con otras estructuras políticas y sociales distintas de aquellas en las que aparecieron implica diferenciación.

El nuevo cambio puede parecer evidente, pero deriva de mucha lucha y acciones en torno a lo nuevo. Para acreditar lo que está siendo puesto, es necesario sobrevolar y un desplazamiento a lo que fue y lo que será, y no veremos la luz al final del túnel sin una adecuada visión de la historia, sobre todo de la historia del arte. Urge que se rehaga este nuevo camino en vías de concreción. Es lo que los indígenas anhelamos, soñamos y esperamos… por los cambios significativos en curso que son relevantes y positivos, porque existimos y resistimos.

Para concluir, reproduzco un manifiesto elaborado por el movimiento indígena con motivo de la celebración de los 500 años de la historia de Brasil:

“Nuestro movimiento pretende celebrar, sí (estos 500 años), pero celebrar las victorias ganadas a lo largo de los siglos a través de luchas colectivas, a través de iniciativas populares, llenas de héroes anónimos que nunca tendrán sus nombres escritos en los libros de historia. Celebraremos las victorias que nos costaron tanta sangre y tantos mártires, tanto sufrimiento y esperanza em los corazones de la gente que no tenía nada por lo que luchar, sino su fe en un mundo menos inhumano. Celebraremos las victorias y derrotas de una lucha siempre desigual: por un lado, la riqueza, el poder, las armas, el desprecio por la vida y la arrogancia de clase; por otro lado, la vida colectiva, el trabajo humano, los desposeídos de todo, la solidaridad de clase, la humildad, la generosidad anónima y la infinita esperanza”.

Foto: Daiara Tukano. Mural para CURA – Circuito de Arte Urbano, Belo Horizonte, Brasil. Crédito: Caio Flavio / Área de Serviço

Fuente: Artishok


Bibliografía

Manifiesto Brasil. 500 años de resistencia indígena, negra y popular, diciembre de 1991.
CIMI. Marcha y Conferencia Indígena, abril de 2000, Brasilia: Cimi, 2000, p. 121.
The New York Times, diciembre de 2020.
Lagrou, Els. Arte indígena contemporânea e o nascimento de uma figuração Huni Kuin. Uberlândia, EDUFU, 2020.

Descripción de la imagen