Retiran la Wiphala del Palacio de Gobierno a horas de la posesión de Rodrigo Paz: el poder y los símbolos en disputa

La Paz, Bolivia – A tan solo horas de la posesión del presidente electo Rodrigo Paz Pereira, la Wiphala —símbolo de los pueblos indígenas originarios campesinos y emblema constitucional del Estado Plurinacional de Bolivia— fue retirada de la fachada del Palacio de Gobierno en La Paz.
El cambio, visible desde la noche del jueves, encendió la polémica en redes sociales y reavivó el debate sobre el rumbo político y simbólico del país tras casi dos décadas de gobiernos del Movimiento al Socialismo (MAS).

La fachada del Palacio, donde hasta hace poco flameaban la tricolor y la Wiphala, luce ahora solo la bandera boliviana. Para muchas organizaciones sociales, la ausencia del emblema indígena representa algo más que un gesto administrativo: es la señal de un cambio de ciclo y de una disputa por el sentido del Estado Plurinacional.

“El cambio ya comenzó”, escribieron medios locales y usuarios en redes, mostrando imágenes del frontis del Palacio Quemado sin la Wiphala, el estandarte que durante años acompañó las ceremonias oficiales y los actos protocolares del poder Ejecutivo.

El reloj del sur y los signos que se desandan

El retiro de la Wiphala coincidió con otro gesto simbólico: el reloj del antiguo Palacio Legislativo volvió a marcar en sentido horario convencional, dejando atrás la numeración invertida que, desde 2014, giraba “al revés del norte”.
Esa inversión había sido una iniciativa impulsada por el entonces canciller David Choquehuanca, como símbolo de identidad del “Sur” y del pensamiento andino que reivindicaba una mirada propia sobre el tiempo, la historia y el poder.

La restauración del sentido tradicional del reloj fue anunciada por el diputado Manolo Rojas, del Partido Demócrata Cristiano (PDC), quien declaró que “ese símbolo de que íbamos para atrás se acabó”.
La frase fue interpretada como una afirmación política sobre el fin del ciclo del MAS y su imaginario de transformación simbólica del Estado.

La exclusión de representantes indígenas y la reacción en redes

La controversia creció cuando, en redes sociales, especialmente desde la página oficial de la Asamblea del Pueblo Guaraní (APG) – Nación Guaraní de Bolivia, se cuestionó la presencia de supuestos “representantes de pueblos indígenas” en los actos previos a la posesión.

Desde la APG se denunció que ninguno de los presentes era autoridad indígena reconocida.
Entre ellos se mencionó a Justo Molina, señalado como “dirigente fabricado” de la CIDOB durante la gestión de Luis Arce, quien, según versiones extraoficiales, no habría podido ingresar al acto por denuncias de corrupción y abuso sexual.
También se identificó la presencia de Cirila Tapendava, dirigente vinculada al entorno de Arce, y de los señores Ignacio Parapaino y Alpiri, cuya representación fue igualmente puesta en duda.

El comunicado de la APG subrayó que “no se puede hablar de reconciliación si se excluye al verdadero movimiento indígena y se manipulan sus símbolos”, en alusión tanto al uso político de las representaciones como al retiro de la Wiphala del Palacio.

Los símbolos no son decoración

La Wiphala no es solo un emblema multicolor. Está reconocida por la Constitución Política del Estado como símbolo patrio, y representa la coexistencia de las naciones y pueblos indígenas dentro del Estado Plurinacional.
Su retiro, interpretado por muchos como una decisión política deliberada, abre interrogantes sobre la orientación del nuevo gobierno y el lugar que tendrán los pueblos originarios en esta nueva etapa.

Pero este no es el primer agravio contra la Wiphala. En 2008, durante los enfrentamientos entre el oriente y el occidente boliviano, grupos cívicos de Santa Cruz y Tarija quemaron la Wiphala en plazas públicas, al grito de consignas racistas contra campesinos e indígenas.
Y en 2019, durante el golpe de Estado y el gobierno transitorio de Jeanine Áñez, policías y manifestantes retiraron la Wiphala de sus uniformes y de edificios públicos, pisoteándola frente a cámaras.
Aquellas imágenes recorrieron el mundo como símbolo de humillación y desprecio hacia los pueblos originarios, un eco que vuelve a resonar hoy.

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